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El deseo de la lactancia materna
Bien sabemos que la maternidad en sí misma no es instintiva y está plagada de ambivalencias en las emociones y sentimientos que genera.
La lactancia materna exclusiva es una forma privilegiada de nutrición infantil. Sin embargo, no es la única. Muchas veces las mujeres optan por no amamantar a los/as niños/as a partir de necesidades personales diversas.
Sucede que, en los sanatorios, a la madre recién parida se le exige que de inmediato el recién nacido o la recién nacida lacte y muchas veces se exige que sea con éxito para evitar reinternaciones por pérdida de peso neonatal. La maternidad está atravesada por múltiples factores, que generan en la madre diversos sentimientos de angustia, ansiedad y estrés. Si como profesionales de la salud, sumamos un estresor más a partir de la imposición de la lactancia, no estamos cuidando el ambiente facilitador de la díada y la formación del vínculo temprano.
Acompañar a la madre en la lactancia, es acompañarla en su deseo. Por ende, es importante preguntarle y consultarle cómo la imaginó, en caso de que la haya imaginado, o qué espera de la lactancia, o si está en su deseo llevar adelante la lactancia materna, y escuchar, por sobre todas las cosas, el deseo de la madre y desde dónde y cómo se configura dicho deseo. En función de ello, nuestra tarea como profesionales y como entorno cercano a la madre, es explorar en su deseo, propiciar la lactancia si fuera deseada, o bien, buscar métodos alternativos que sean eficientes en la alimentación del bebé o la bebé y que hagan de dicho proceso nutricional, un espacio de establecimiento vincular saludable y estructurante.
La alimentación es un momento de encuentro sublime entre la madre y el/la bebé, y dicho encuentro puede tomar distintas formas, igualmente válidas. No escuchar el deseo, es imponer, y la imposición puede predisponer a un estado de alerta que obtura la posibilidad de un encuentro significativo entre la madre y el/la recién nacido/a.
Por eso es importante preguntar, escuchar, y entender el deseo y la configuración del mismo. Y por sobre todas las cosas, entender el proceso de nutrición del recién nacido o la recién nacida como un encuentro entre dos seres que se están conociendo en necesidades, ritmos, respuestas y están aprendiendo el complejo arte de comunicarse y conocerse en el silencio de cuerpos que se hablan más allá de las palabras.
El deseo es una disposición, es el acto de disponer. Esta es la fórmula de Deleuze: el deseo discurre dentro de una disposición o concatenación. Lo verdaderamente difícil es desear, porque desear implica la construcción misma del deseo: formular qué disposición se desea, qué mundo se desea. El deseo se convierte de esta manera en el objetivo del desear, es un resultado, es en sí mismo virtuoso. Deleuze logra anular del todo la necesidad de un juicio exterior a la vida y al deseo:
“Un cuerpo sin órganos es un cuerpo no organizado, como lo sería el cuerpo de un bebé, pura vitalidad poderosa que busca ampliar sus propias fuerzas: un cuerpo hecho de afectos, de intensidades, en el que se pueden encontrar umbrales, zonas, polos”.
Por ende, un deseo se explora, se entiende su construcción y desde ahí se le hace un lugar.
No todas las mujeres desean la lactancia como medio único y privilegiado de alimentación para el/la bebé, y ese deseo no se juzga. Se pregunta, se sondea y en el entendimiento de su origen, se respeta.
Cortito y al pie:
Hablemos con la mamá y escuchemos lo que necesita.
Desde su necesidad, acompañemos convenientemente en función de lo que a ella la alivie: una mamá aliviada, se predispone al encuentro significativo con su bebé.
Exigirle a la mamá lo establecido o lo normativo, sin indagar en su deseo, deriva en una imposición que activa estados de alerta, que obstaculizan el establecimiento fluido del vínculo temprano.
Lo que hacemos por deseo, lo hacemos virtuosamente, y el deseo bien acompañado, encuentra reconfiguraciones creativas.
Lic. Aurora Lucero
Psicóloga
MN: 40.608